REFLEXIONES DE UN IDIOTA CON CEREBRO XV
Voy a hablar de pelos. Ya tiene su miga que un calvo reconocido (cum laude por varias universidades expertas en la materia, y premio especial del jurado de la asociación de Calvos Indecentes Asociados, o sea, la C.I.A.) les venga a hablar de temas capilares. Seguramente, al 99% de los que leerán este escrito, les saldrá el siguiente pensamiento: “Pedro, calvo, gordo y estupido no se puede ir por la vida”. El 1% restante, que se lo adjudico a un amigo que empieza o termina las frases en latín, le saldrá el mismo pensamiento, pero añadiéndole la siguiente coletilla: “gilipuertus habemus”.
Yo lo que voy a intentar es enseñar a los amigos como se sobrelleva este situación que, como ya he reconocido en anteriores escritos, hace años, años y años que me acompaña. Tal es la cosa que, aunque soy un ateo reconocido, si el día que me muera descubro que Dios existe, cuando llegue ante él, le preguntaré: “¿yo que te hice, tío? Tuvo que ser bien gorda para dejarme sin pelo desde parvulito”.
Y es que les comunico que más tarde o más temprano, todos acabaran como yo, que como dice el refrán: “a los cien años, todos calvos” (si no me creen, vayan a dar una vuelta al geriátrico que tengan más cercano) así que voy a narrarles mis peripecias, a ver si pueden evitar situaciones complicadas y que no les tomen mucho el pelo, más bien, que no les peguen muchas collejas en la calva.
Lo primero que tienen que saber es que la calvicie es hereditaria, salvo que tu peluquero particular sea de los que le gusta experimentar con productos y lociones varios. Más vale que tengas bien controlado su teléfono y dirección, por si algún “picapleitos” puede intentar sacarte alguna compensación económica por negligencia tijeril.
Y para más información, se hereda por la vía materna, o sea, que si tu padre es de los que deslumbra a los viandantes en los días soleados de agosto, no te preocupes mucho. Yo cuando me enteré de esta herencia genética, revise los antepasados masculinos por parte de madre. Primero, mi abuelo, el de la mala leche, que al recordar su calvicie, se me ocurre la siguiente situación: en los días de luna llena, por esos bosques perdidos de Dios, seguramente lo cogerían entre cuatro, lo podrían en posición horizontal, apuntando la cabeza hacía la luna, para que su reflejo en su calva les sirviera como linterna.
Si nos remontamos a épocas más tardías, encontré una foto de mi bisabuelo materno, y sólo decir que, con la moda de aquellos tiempos de tener las cejas superpobladas, no había forma de distinguir la frente de la nuca, traduciendo, no se veía bien si estaba de frente o de espaldas. La explicación genética ya estaba corroborada.
Una vez asumido, te empiezan los vacilones de los conocidos. Entre lo más destacados, el típico:”vaya entradas que tienes, que son, de fútbol o de baloncesto?”. Yo, a la quinta vez que me lo dijeron, ya tuve que saltar, y respondía: “Ja, Ja, que ocurrente, que gracioso. ¿Se te ocurrió a ti sólo o lo leíste en alguna revista científica?”.
Luego está el que no te llegue a acomplejar mucho, porque el tema de los peluquines, si no estamos en Carnaval, no pega, la verdad, y la moda estilo “Anasagasti” no cuela, nadie piensa que el pelo que te dejas crecer de la nuca y de los laterales y lo “revuelves” en la calva para que tape, ha nacido “natural” por esa zona. Ahora, si os apetece hacer el ridículo conscientemente, siempre podréis decir que es una “gorra de pelo” para el frío.
Ya dejamos de hablar del tema de la calvicie, y os confieso que el resto de mi cuerpo no cumple está máxima. Más bien todo lo contrario. A mi me pueden llamar, “Pedro, el calvo”, “Pedro, el peludo” o “Pedro el velloso”. Hasta una vez me pidieron muestras de A.D.N. para compararlas con unas muestras que habían encontrado del Yeti, para ver si mi “pelumbre corporal” descendía de dicho ser, pero enseguida desistieron porque me comunicaron que era imposible, ya que el Yeti se supone que tiene menos pelo.
Otra confesión es que creo que soy responsable del calentamiento global del planeta, ya que un día me dio por afeitarme a pelo (sin espuma ni nada) la pelumbrera de la espalda al aire libre, y claro, los pelos salieron volando, llegando hasta la estatrosfera, lo que ha provocado un escudo que no permite que los gases invernaderos salgan de la atmósfera.
En otra ocasión hice lo mismo, pero en el mar, lo que hizo que murieran todas las algas de 5 millas a la redonda de donde me encontraba, ya que tanto pelo no dejó pasar la luz del sol, y las susodichas algas no pudieron realizar la fotosíntesis.
Una vez me recomendaron que fuera a un sitio de esos donde te depilan el cuerpo, y que no pensara que era ninguna “mariconada”, pues los nadadores y demás deportistas lo hacen, pero como yo no se nadar, y lo de practicar deporte no entra dentro de mi “religión”, no les hice caso. Además, seguramente, si algún día me decidiera ir a un sitio de esos, me echan a la calle enseguida, porque no creo que nadie se pegue 72 horas extras seguidas (como mínimo) trabajando conmigo.
En fin, que la actual Ministra de Fomento se quede tranquila, que hay gente más peligrosa que ella.
Como despedida, si al final resulta que los budistas son los que tiene la razón, y existe la reencarnación, le voy a pedir al que lleve el tema de mi siguiente destino en la vida que me reencarne en cualquier tipo de chimpancé, total, ya estoy acostumbrado a tanto pelo.
Voy a hablar de pelos. Ya tiene su miga que un calvo reconocido (cum laude por varias universidades expertas en la materia, y premio especial del jurado de la asociación de Calvos Indecentes Asociados, o sea, la C.I.A.) les venga a hablar de temas capilares. Seguramente, al 99% de los que leerán este escrito, les saldrá el siguiente pensamiento: “Pedro, calvo, gordo y estupido no se puede ir por la vida”. El 1% restante, que se lo adjudico a un amigo que empieza o termina las frases en latín, le saldrá el mismo pensamiento, pero añadiéndole la siguiente coletilla: “gilipuertus habemus”.
Yo lo que voy a intentar es enseñar a los amigos como se sobrelleva este situación que, como ya he reconocido en anteriores escritos, hace años, años y años que me acompaña. Tal es la cosa que, aunque soy un ateo reconocido, si el día que me muera descubro que Dios existe, cuando llegue ante él, le preguntaré: “¿yo que te hice, tío? Tuvo que ser bien gorda para dejarme sin pelo desde parvulito”.
Y es que les comunico que más tarde o más temprano, todos acabaran como yo, que como dice el refrán: “a los cien años, todos calvos” (si no me creen, vayan a dar una vuelta al geriátrico que tengan más cercano) así que voy a narrarles mis peripecias, a ver si pueden evitar situaciones complicadas y que no les tomen mucho el pelo, más bien, que no les peguen muchas collejas en la calva.
Lo primero que tienen que saber es que la calvicie es hereditaria, salvo que tu peluquero particular sea de los que le gusta experimentar con productos y lociones varios. Más vale que tengas bien controlado su teléfono y dirección, por si algún “picapleitos” puede intentar sacarte alguna compensación económica por negligencia tijeril.
Y para más información, se hereda por la vía materna, o sea, que si tu padre es de los que deslumbra a los viandantes en los días soleados de agosto, no te preocupes mucho. Yo cuando me enteré de esta herencia genética, revise los antepasados masculinos por parte de madre. Primero, mi abuelo, el de la mala leche, que al recordar su calvicie, se me ocurre la siguiente situación: en los días de luna llena, por esos bosques perdidos de Dios, seguramente lo cogerían entre cuatro, lo podrían en posición horizontal, apuntando la cabeza hacía la luna, para que su reflejo en su calva les sirviera como linterna.
Si nos remontamos a épocas más tardías, encontré una foto de mi bisabuelo materno, y sólo decir que, con la moda de aquellos tiempos de tener las cejas superpobladas, no había forma de distinguir la frente de la nuca, traduciendo, no se veía bien si estaba de frente o de espaldas. La explicación genética ya estaba corroborada.
Una vez asumido, te empiezan los vacilones de los conocidos. Entre lo más destacados, el típico:”vaya entradas que tienes, que son, de fútbol o de baloncesto?”. Yo, a la quinta vez que me lo dijeron, ya tuve que saltar, y respondía: “Ja, Ja, que ocurrente, que gracioso. ¿Se te ocurrió a ti sólo o lo leíste en alguna revista científica?”.
Luego está el que no te llegue a acomplejar mucho, porque el tema de los peluquines, si no estamos en Carnaval, no pega, la verdad, y la moda estilo “Anasagasti” no cuela, nadie piensa que el pelo que te dejas crecer de la nuca y de los laterales y lo “revuelves” en la calva para que tape, ha nacido “natural” por esa zona. Ahora, si os apetece hacer el ridículo conscientemente, siempre podréis decir que es una “gorra de pelo” para el frío.
Ya dejamos de hablar del tema de la calvicie, y os confieso que el resto de mi cuerpo no cumple está máxima. Más bien todo lo contrario. A mi me pueden llamar, “Pedro, el calvo”, “Pedro, el peludo” o “Pedro el velloso”. Hasta una vez me pidieron muestras de A.D.N. para compararlas con unas muestras que habían encontrado del Yeti, para ver si mi “pelumbre corporal” descendía de dicho ser, pero enseguida desistieron porque me comunicaron que era imposible, ya que el Yeti se supone que tiene menos pelo.
Otra confesión es que creo que soy responsable del calentamiento global del planeta, ya que un día me dio por afeitarme a pelo (sin espuma ni nada) la pelumbrera de la espalda al aire libre, y claro, los pelos salieron volando, llegando hasta la estatrosfera, lo que ha provocado un escudo que no permite que los gases invernaderos salgan de la atmósfera.
En otra ocasión hice lo mismo, pero en el mar, lo que hizo que murieran todas las algas de 5 millas a la redonda de donde me encontraba, ya que tanto pelo no dejó pasar la luz del sol, y las susodichas algas no pudieron realizar la fotosíntesis.
Una vez me recomendaron que fuera a un sitio de esos donde te depilan el cuerpo, y que no pensara que era ninguna “mariconada”, pues los nadadores y demás deportistas lo hacen, pero como yo no se nadar, y lo de practicar deporte no entra dentro de mi “religión”, no les hice caso. Además, seguramente, si algún día me decidiera ir a un sitio de esos, me echan a la calle enseguida, porque no creo que nadie se pegue 72 horas extras seguidas (como mínimo) trabajando conmigo.
En fin, que la actual Ministra de Fomento se quede tranquila, que hay gente más peligrosa que ella.
Como despedida, si al final resulta que los budistas son los que tiene la razón, y existe la reencarnación, le voy a pedir al que lleve el tema de mi siguiente destino en la vida que me reencarne en cualquier tipo de chimpancé, total, ya estoy acostumbrado a tanto pelo.
1 comentario:
Si el tema va de calvicie, aunque creo que la palabra políticamente correcta es alopecia, fijaté tú, me vienen algunas frases a la cabeza:
- "No hay ningún burro calvo."
o aquella máxima de Senaca:
- "Yo no me considero calvo, solamente soy más alto que mi pelo."
Y podemos terminar con el refranero popular español, si Javi, he dicho español...
- "El pelo se pierde, la calvicie nunca."
Saludos, os deseo que el próximo solticio de invierno, o sea se, mañana 21 de diciembre, os sea propio a todos.
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