REFLEXIONES DE UN IDIOTA CON CEREBRO VIII
He descubierto que Dios no existe. Dios, si existiera, no permitiría que la leche suba 2 euros en una semana. ¡¡¡¡2 Euros!!!!!. Casi me da un telele de esos cuando reviso la cuenta de la compra que había efectuado, cosa por cierto que les recomiendo que hagan, sobre todo si nada más salir con las bolsas de la caja registradora, oyen detrás suyo las carcajadas de la cajera.
Los Mercadona y demás supermercados por el estilo, deberían contratar unos psicólogos de esos, para ponerlos en las entradas a los supermercados, cuando se produzcan subidas brutales como la referida, que te lleven a una salita, y allí con calma te lo van contando, en plan: “ya sabe ud., el coste de la vida, la crisis energética, el I.P.C., el calentamiento global, los Reyes no paran de tener nietos, etc…, hay que resignarse, la vida es una lucha diaria.”
En fin, tras este preámbulo, que me ha servido para descargar la mala leche (no, encima, lo que faltaba es que la leche saliera mala, se iba a enterar la cajera), que tengo desde ayer, os comento que ha llegado el momento más esperado o más odiado, según cada cual, ya que este artículo va a ser la continuación de mis vivencias personales.
Me voy a centrar en narrar mis peripecias cuando efectué el servicio militar, u séase, la mili, que creo que con todo lo que me ocurrió, llenaré este artículo y seguramente dejaré cosas sin contar. Empezamos el día que te tienes que incorporar. Pegarte un año ejerciendo de militar no profesional, como que no es una idea que te apetezca mucho, pero bueno, si hay que ir, pues se va. Con lo cual, me lo había tomado con filosofía, y con una mochila con las cosas que te comenta la gente que no debes dejar de llevarte (mudas de ropa interior, productos de higiene, crucifijos y ajos anti-vampiros, vamos, lo típico), me dirigí al cuartel donde tenía que presentarme. Fui solo, precisamente para evitar lo que viví ese día, madres llorando al despedirse de sus hijos, que parecía que se iban de misión suicida a Irak o algo por estilo, y alguna escapada de fluidos corporales de los nervios de los presentes, que se notan, y vaya si se notan, cuando te meten en los camiones para llevarte a tu cuartel de destino, todos apretaditos.
El primer día te lo pegas haciendo colas, que parece que estés tramitando alguna gestión burocrática, y encima sin poderte quejar a los funcionarios. Colas para que te entreguen la ropa, revisión médica, corte de pelo (bueno más bien, que te corten el pelo al estilo Kojak, problema que yo no tuve, pues mi calvicie es hereditaria, que quiere decir, que tuve pelo en mi época de bebe y para de contar).
Éramos tanta gente ese día, que llegado el mediodía, a los que ya habíamos pasado varias colas, te llevaban a la cantina para que te tomaras algo, eso sí, pagando uno mismo sus consumiciones, que en la mili te racanean hasta un bocadillo de mortadela rancia.
El grupo en el que yo estaba se abalanzó sobre el mostrador de la cantina, más que nada, porque no sabían cuando iban a comer otra vez, y alguno que otro, para llenar el estomago, que después de las vomitadas previas por los nervios, habrían eliminado de su cuerpo el desayuno, cena, merienda y comida, no sólo del día anterior, sino de varios juntos.
Yo me lo tomé con calma, y esperaba que la marabunta de gente (tal era el cuadro, que me hubiera sentido más seguro en una marabunta de hormigas) terminara. En mi espera, caigo en la cuenta de la primera situación mención de comentar. Un tío vestido con una camiseta de asillas, unas bermudas y unas chanclas. No es invención, es real. Me acerco a él, y le pregunto por su “pinta”, y me dice que no se acordaba que tenía que incorporarse hoy, que estaba en la playa, y se vino sobre la marcha. Yo le comento que debería tomarse algo, pues el día iba a ser muy duro, pero me comenta que por no traer, no trajo ni dinero. En ese momento salió mi vena de ayudar a la gente, que la tengo, y bastante grande, y varios/as de los que leen mis artículos lo pueden corroborar. Le invité al “amigo” al desayuno, y ya el tío no se despego de mí en todo el día.
Una vez instalados en nuestros catres, le tuve que dejar hasta un candado para la taquilla, que yo llevo siempre dos de todo. Lo del candado es un cosa fundamental, y más tarde explicaré el porque.
Ya por la tarde, te dejan a tu aire en el patio del cuartel, pues lo fuerte empieza al día siguiente, y no te quieren machacar desde el primer momento. Mi nuevo amigo me llevo a conocer a sus camaradas que habían entrado con él, y confirme la opinión que de él tenía, pues sus rasgos denotaban que era un “ruina”. Para qué fue aquello, el más tonto solo había estado una vez en la cárcel. El amigo les comentó a los suyos lo bien que me había portado con él, y a partir de ese momento, sin saber muy bien como, pasé a ser “el protegido de los ruinas”. Vamos, como en las pelis de cárceles. Este hecho viene en relación con lo de los candados de las taquillas, pues en los siguientes días, las “reventadas de taquilla y robos varios” eran de la orden del día, exceptuando la mía, claro, no tuvo ni un rasguño en toda la mili.
En esa primera reunión en el patio, todos ellos empezaron a sacar drogas de todo tipo y variedad. Yo, para no quedar como un tonto, pero para evitar daños mayores, en plan colocón bestial y que te trinque algún mando y te arreste hasta que Bush acate el protocolo de Kyoto, me limite a fumar un “porro”, y para seguir rompiendo mi imagen de “niño bueno”, no era ni mucho menos la primera vez. Hasta el amigo saco drogas que hasta yo desconocía que existían, que se ve que para él las cosas fundamentales que había que traer eran esas, ni candados, ni mudas, ni gaitas. Donde las tenía guardadas, con chanclas y bermudas por vestimenta, prefiero no pensarlo demasiado.
Ya pasados unos días, y tras los esfuerzos sobrehumanos que conlleva la instrucción (no se como las empresas que prometen adelgazar, no se han percatado de vender como producto estrella dos meses de instrucción militar, vamos, acabas perdiendo hasta los botones que te tragaste de niño/a), me levante una mañana medio tocado de la garganta, nada grave, pero como ya estaba harto de hacer el paso de ganso, pedí permiso para ir a ver al medico, que con lo que tardaba ese tío en verte y darte una antigripal (remedio del ejercito para todo: “sargento, me he torcido el tobillo” y te responden; “dos antigripales cada cuatro horas”) tenías para media mañana. Lo que falló ese día (y aprovecho para contarles que en la mili puedes operarte de cualquier cosa), es que un tío había pedido una operación, y en el cuartel, no existe la intimidad, cosa que descubres cuando vas por primera vez al retrete a hacer de cuerpo, por lo cual me gocé, hasta que el “matasanos” terminará y me atendiera, una operación de fimosis. La tortícolis con la que acabe, para evitar mirar “aquello”, fue tremenda.
Otro momento que solamente se me borrará cuando me llegue el alzheimer (espero, sería una “put….” que se me olvidará como me llamo, pero si me acordará de la mili), fue el día de la Jura de Bandera. Acto que para un militar es lo más sagrado que hay. Una Jura normal, dura como dos horas, con todos los actos, desfiles y demás que les gustan tanto a los militares. Pero, claro, con mi habitual mala suerte, me gocé una jura de bandera de cuatro horas y media.
El motivo es que mi jura coincidió con tres fenómenos adversos (no del tiempo, pero casi tan devastadores como el “niño”, la “niña” o el “sobrino endosado”, que tengo alguno, por cierto), a saber, despedida del antiguo Capitán General de Canarias, presentación del nuevo Capitán General, y para remate, un cura de los de “ésta es la mía, con este público me voy a poner las botas”, cuyo sermón no desmerece en nada a los que daba el Fidel Castro en sus mítines. Estaba tan feliz el hombre, al ver tanto público, y como se ve que en su parroquia iban las cuatro viejas del lugar (con todos los respetos, que conste), que se desmelenó (es un decir, porque curas hippies puede que los haya, pero yo no he visto ni uno), y creo recordar que hasta hizo mención de cómo iba Moisés vestido cuando fue a darle el coñazo al faraón para que los liberará de la esclavitud, amén de explicarnos que tipo de roble se utilizó para elaborar el bastón que llevaba siempre consigo, y con el que dio el golpe en la tierra para separar las aguas, que en aquellos tiempos los ingenieros de puentes no eran tan rápidos construyendo.
Todo esto, aliñado, como una buena ensalada de pasta, con un sol de principios de septiembre, que no es que rajara las piedras, es que hasta los topos se habían puesto factor de protección 25.
Ni que decir tiene que los desmayos generalizados de la peña, en pie cuatro horas y media, aguantando “la caló”, y las perdidas de memoria del antiguo Capitán General (se entendía entonces porque lo jubilaban) fueron incontables. Para aquellos forofos de los programas de caídas y tonterías varias, decirles que tengo la jura grabada en video, y no la he mandado a ninguna televisión porque todavía tengo dignidad, el día que la pierda no respondo de mí, que conste.
Bueno, yo creo que ya es bastante, como dije al principio, se me han quedado montón de cosas, no en el tintero, más bien en el portapapeles, que las dejaré para otro artículo. Como despedida, una frase de Jesús (según los evangelios que nos han llegado, aunque repasando la historia, no se yo si lo dijo en serio), “haz bien y no mires a quien”, aunque yo la voy a reescribir: “haz bien, pero si está bien buena, hazlo dos veces, que nunca sabes cuando volverá a tocar”.
He descubierto que Dios no existe. Dios, si existiera, no permitiría que la leche suba 2 euros en una semana. ¡¡¡¡2 Euros!!!!!. Casi me da un telele de esos cuando reviso la cuenta de la compra que había efectuado, cosa por cierto que les recomiendo que hagan, sobre todo si nada más salir con las bolsas de la caja registradora, oyen detrás suyo las carcajadas de la cajera.
Los Mercadona y demás supermercados por el estilo, deberían contratar unos psicólogos de esos, para ponerlos en las entradas a los supermercados, cuando se produzcan subidas brutales como la referida, que te lleven a una salita, y allí con calma te lo van contando, en plan: “ya sabe ud., el coste de la vida, la crisis energética, el I.P.C., el calentamiento global, los Reyes no paran de tener nietos, etc…, hay que resignarse, la vida es una lucha diaria.”
En fin, tras este preámbulo, que me ha servido para descargar la mala leche (no, encima, lo que faltaba es que la leche saliera mala, se iba a enterar la cajera), que tengo desde ayer, os comento que ha llegado el momento más esperado o más odiado, según cada cual, ya que este artículo va a ser la continuación de mis vivencias personales.
Me voy a centrar en narrar mis peripecias cuando efectué el servicio militar, u séase, la mili, que creo que con todo lo que me ocurrió, llenaré este artículo y seguramente dejaré cosas sin contar. Empezamos el día que te tienes que incorporar. Pegarte un año ejerciendo de militar no profesional, como que no es una idea que te apetezca mucho, pero bueno, si hay que ir, pues se va. Con lo cual, me lo había tomado con filosofía, y con una mochila con las cosas que te comenta la gente que no debes dejar de llevarte (mudas de ropa interior, productos de higiene, crucifijos y ajos anti-vampiros, vamos, lo típico), me dirigí al cuartel donde tenía que presentarme. Fui solo, precisamente para evitar lo que viví ese día, madres llorando al despedirse de sus hijos, que parecía que se iban de misión suicida a Irak o algo por estilo, y alguna escapada de fluidos corporales de los nervios de los presentes, que se notan, y vaya si se notan, cuando te meten en los camiones para llevarte a tu cuartel de destino, todos apretaditos.
El primer día te lo pegas haciendo colas, que parece que estés tramitando alguna gestión burocrática, y encima sin poderte quejar a los funcionarios. Colas para que te entreguen la ropa, revisión médica, corte de pelo (bueno más bien, que te corten el pelo al estilo Kojak, problema que yo no tuve, pues mi calvicie es hereditaria, que quiere decir, que tuve pelo en mi época de bebe y para de contar).
Éramos tanta gente ese día, que llegado el mediodía, a los que ya habíamos pasado varias colas, te llevaban a la cantina para que te tomaras algo, eso sí, pagando uno mismo sus consumiciones, que en la mili te racanean hasta un bocadillo de mortadela rancia.
El grupo en el que yo estaba se abalanzó sobre el mostrador de la cantina, más que nada, porque no sabían cuando iban a comer otra vez, y alguno que otro, para llenar el estomago, que después de las vomitadas previas por los nervios, habrían eliminado de su cuerpo el desayuno, cena, merienda y comida, no sólo del día anterior, sino de varios juntos.
Yo me lo tomé con calma, y esperaba que la marabunta de gente (tal era el cuadro, que me hubiera sentido más seguro en una marabunta de hormigas) terminara. En mi espera, caigo en la cuenta de la primera situación mención de comentar. Un tío vestido con una camiseta de asillas, unas bermudas y unas chanclas. No es invención, es real. Me acerco a él, y le pregunto por su “pinta”, y me dice que no se acordaba que tenía que incorporarse hoy, que estaba en la playa, y se vino sobre la marcha. Yo le comento que debería tomarse algo, pues el día iba a ser muy duro, pero me comenta que por no traer, no trajo ni dinero. En ese momento salió mi vena de ayudar a la gente, que la tengo, y bastante grande, y varios/as de los que leen mis artículos lo pueden corroborar. Le invité al “amigo” al desayuno, y ya el tío no se despego de mí en todo el día.
Una vez instalados en nuestros catres, le tuve que dejar hasta un candado para la taquilla, que yo llevo siempre dos de todo. Lo del candado es un cosa fundamental, y más tarde explicaré el porque.
Ya por la tarde, te dejan a tu aire en el patio del cuartel, pues lo fuerte empieza al día siguiente, y no te quieren machacar desde el primer momento. Mi nuevo amigo me llevo a conocer a sus camaradas que habían entrado con él, y confirme la opinión que de él tenía, pues sus rasgos denotaban que era un “ruina”. Para qué fue aquello, el más tonto solo había estado una vez en la cárcel. El amigo les comentó a los suyos lo bien que me había portado con él, y a partir de ese momento, sin saber muy bien como, pasé a ser “el protegido de los ruinas”. Vamos, como en las pelis de cárceles. Este hecho viene en relación con lo de los candados de las taquillas, pues en los siguientes días, las “reventadas de taquilla y robos varios” eran de la orden del día, exceptuando la mía, claro, no tuvo ni un rasguño en toda la mili.
En esa primera reunión en el patio, todos ellos empezaron a sacar drogas de todo tipo y variedad. Yo, para no quedar como un tonto, pero para evitar daños mayores, en plan colocón bestial y que te trinque algún mando y te arreste hasta que Bush acate el protocolo de Kyoto, me limite a fumar un “porro”, y para seguir rompiendo mi imagen de “niño bueno”, no era ni mucho menos la primera vez. Hasta el amigo saco drogas que hasta yo desconocía que existían, que se ve que para él las cosas fundamentales que había que traer eran esas, ni candados, ni mudas, ni gaitas. Donde las tenía guardadas, con chanclas y bermudas por vestimenta, prefiero no pensarlo demasiado.
Ya pasados unos días, y tras los esfuerzos sobrehumanos que conlleva la instrucción (no se como las empresas que prometen adelgazar, no se han percatado de vender como producto estrella dos meses de instrucción militar, vamos, acabas perdiendo hasta los botones que te tragaste de niño/a), me levante una mañana medio tocado de la garganta, nada grave, pero como ya estaba harto de hacer el paso de ganso, pedí permiso para ir a ver al medico, que con lo que tardaba ese tío en verte y darte una antigripal (remedio del ejercito para todo: “sargento, me he torcido el tobillo” y te responden; “dos antigripales cada cuatro horas”) tenías para media mañana. Lo que falló ese día (y aprovecho para contarles que en la mili puedes operarte de cualquier cosa), es que un tío había pedido una operación, y en el cuartel, no existe la intimidad, cosa que descubres cuando vas por primera vez al retrete a hacer de cuerpo, por lo cual me gocé, hasta que el “matasanos” terminará y me atendiera, una operación de fimosis. La tortícolis con la que acabe, para evitar mirar “aquello”, fue tremenda.
Otro momento que solamente se me borrará cuando me llegue el alzheimer (espero, sería una “put….” que se me olvidará como me llamo, pero si me acordará de la mili), fue el día de la Jura de Bandera. Acto que para un militar es lo más sagrado que hay. Una Jura normal, dura como dos horas, con todos los actos, desfiles y demás que les gustan tanto a los militares. Pero, claro, con mi habitual mala suerte, me gocé una jura de bandera de cuatro horas y media.
El motivo es que mi jura coincidió con tres fenómenos adversos (no del tiempo, pero casi tan devastadores como el “niño”, la “niña” o el “sobrino endosado”, que tengo alguno, por cierto), a saber, despedida del antiguo Capitán General de Canarias, presentación del nuevo Capitán General, y para remate, un cura de los de “ésta es la mía, con este público me voy a poner las botas”, cuyo sermón no desmerece en nada a los que daba el Fidel Castro en sus mítines. Estaba tan feliz el hombre, al ver tanto público, y como se ve que en su parroquia iban las cuatro viejas del lugar (con todos los respetos, que conste), que se desmelenó (es un decir, porque curas hippies puede que los haya, pero yo no he visto ni uno), y creo recordar que hasta hizo mención de cómo iba Moisés vestido cuando fue a darle el coñazo al faraón para que los liberará de la esclavitud, amén de explicarnos que tipo de roble se utilizó para elaborar el bastón que llevaba siempre consigo, y con el que dio el golpe en la tierra para separar las aguas, que en aquellos tiempos los ingenieros de puentes no eran tan rápidos construyendo.
Todo esto, aliñado, como una buena ensalada de pasta, con un sol de principios de septiembre, que no es que rajara las piedras, es que hasta los topos se habían puesto factor de protección 25.
Ni que decir tiene que los desmayos generalizados de la peña, en pie cuatro horas y media, aguantando “la caló”, y las perdidas de memoria del antiguo Capitán General (se entendía entonces porque lo jubilaban) fueron incontables. Para aquellos forofos de los programas de caídas y tonterías varias, decirles que tengo la jura grabada en video, y no la he mandado a ninguna televisión porque todavía tengo dignidad, el día que la pierda no respondo de mí, que conste.
Bueno, yo creo que ya es bastante, como dije al principio, se me han quedado montón de cosas, no en el tintero, más bien en el portapapeles, que las dejaré para otro artículo. Como despedida, una frase de Jesús (según los evangelios que nos han llegado, aunque repasando la historia, no se yo si lo dijo en serio), “haz bien y no mires a quien”, aunque yo la voy a reescribir: “haz bien, pero si está bien buena, hazlo dos veces, que nunca sabes cuando volverá a tocar”.
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